lunes, 12 de diciembre de 2016

Mi primera combustión.

Salgo del metro, subo las escaleras y ahí estás. Apoyado en una marquesina en la que se anuncia un nuevo perfume, que nunca igualará al tuyo. Pelo revuelto, aire despreocupado y un cigarro en la boca que ya no sé si consumes o te consume. Cazadora de cuero, barba casi tapando el cuello, y la cabeza gacha observando las nuevas interacciones de un Facebook que ya a penas usas. Entonces, levantas los ojos y te das cuenta de que estoy ahí, observándote a unos diez centímetros más abajo de tu barbilla y sonríes, como hacías entonces. Con la misma inocencia y rebeldía de aquel niño de catorce años, que aún llevo enquistado en la piel.

No lo creerás, pero esa sonrisa, tu perfume y esos ojos rasgados color miel, siguen transmitiéndome una paz y confianza que en lo que llevo de vida sin ti, no he vuelto a encontrar en nadie y tampoco lo espero. Ya sabes que no dueles, que el amor que le profesas a aquellas que llegaron después de mí no me parte en mil pedazos, pero sigues siendo tú. Sigues estando en cada una de las notas de la que un día fue nuestra banda sonora, sigues apareciendo entre las teclas del piano de Yiruma, entre cada uno de los rincones que aquella ciudad que una vez nos vio ser gigantes, siendo tan sólo unos críos y sigues haciendo que se pare el mundo cada vez que me abrazas.

Me das vértigo, no sabes hasta qué niveles, pero me encanta subir a tus cimas. Me lees como a un libro abierto, como lo que soy: alguien sin secretos para ti.




Qué bonito capítulo protagonizaste, y qué bien se te da ser ahora uno de los extras más importantes de mi historia.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Sed

No te pude contener, es cierto, pero supongo que tampoco quise. Me costó frenar las ganas de besarte, aún sabiendo que sería mi última perdición.

"El vendaval se llevó todo lo que quedaba de nosotros, tranquila". ¿Todo?¿Estás seguro?¿Y cómo es entonces que siempre nos volvemos a encontrar? Te las ingenias siempre para aparecer al final del camino con tu puta sonrisa como si nada hubiese pasado, como si mis ruinas las hubiese creado otro.

Ahora llueve y no puedo evitar pensar en ti, no puedo evitar dejarme engullir por tu recuerdo. Por tus manos recorriendo mi cuerpo hasta aprendérselo de memoria como si de un atlas me tratase y dibujases una ruta por tus países preferidos, por tus ojos creando constelaciones sin querer al mirarme y contar mis lunares. Que sí, siempre fueron tuyos igual que mis cicatrices.

Pero estás lejos y esto, tan sólo es una ilusión, un sueño que nunca fue. O fue a medias. Siempre a medio camino, siempre con la historia sin acabar. Sin acabarnos, siempre bebiendo nuestros restos y quedándonos con sed. Sed por brindar por los días no vividos y vivir de nuevo, sed de un nosotros que nunca empieza y siempre acaba, que siempre empieza y nunca acaba.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Me ha contado la nostalgia...

Y entonces, vuelve a sonar nuestra canción. Sin esperarlo, sin prevención alguna la nostalgia aparece para oprimirme el corazón y tú, en mis pupilas dilatadas por la emoción.

Hacía tanto que no escuchaba esos acordes que olvidé lo que me hiciste temblar, lo que doliste y tu cicatriz. Fuiste uno de mis bucles favoritos y el que más me destrozó, pero sin embargo, de los pocos que repetiría una y otra vez a pesar de haber salido de él, de ti. Eres una cicatriz extraña, alguien que me dio alas para volar pero arrasó con el aire de mis pulmones.

Suena en modo bucle, como nosotros, nuestra canción (porque sí, siempre será nuestra) y las imágenes no cesan en mi cabeza. Imágenes de cuando nadie más existía, de cuando nuestro mundo se reducía a las cuatro paredes de tu habitación y a los acordes de alguna canción que me enseñabas con tu guitarra. Qué sencillo era todo en esas horas en las que nos hundíamos en el otro, en las que me dejabas adentrarme en tu muro de espinas, del que nunca llegué a salir ilesa.

Ya no dueles, es cierto, pero hoy la nostalgia se ha metido en mi cama y me ha susurrado al oído todo lo que creí haber olvidado. Me ha dicho que un día fuimos tan grandes que se nos quedó el mundo tan pequeño, que implosionamos y no quedaron más que nuestras cenizas; me ha contado que arrasamos con todo, que dejaste mil destrozos que me enseñaron que te quise como nunca a nadie.

Ya no dueles, pero hoy encontré entre los escombros una pluma que dejaste tras tu partida y he decidido escribirte.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Pero corres.

Me ahogo. Y tú, al lado sin inmutarte, mirando al vacío y haciendo cálculos de cuánto oxígeno necesitaría para sobrevivir mientras yo, ahogo un grito de auxilio.

Así fue el fin. Previsible desde el principio, desde el primer momento en el que me quitaste el aliento al atreverte a asomarte a mis precipicios. Pero nunca terminaste por lanzarte. Hiciste equilibrios por mis cables, pero sin nunca llegar al final, creando cortocircuitos, haciendo saltar alarmas que ignoré hasta que fue demasiado tarde.

Pensé haber visto algo, un atisbo de luz en algún momento del camino pero debió de ser tan sólo el reflejo de tu reloj. Ese cuyas agujas cada vez se movían más rápido, ese que guardaba cada vez menos tiempo para un “nosotros” y más para un “mejor sólo” y del que nunca dejaba de escuchar su ‘tic-tac’, a pesar de intentar ignorarlo.

Fuiste verano en invierno, primavera en mi pecho y ardor entre mis piernas. Caminaste con cautela entre las cenizas que dejaron tus predecesores, para acabar convirtiéndote en otro de mis destrozos.

Y ahora…¿ahora qué? Nos conformamos con empañar los cristales y acordarnos al final de la semana de que alguna vez fuimos grandes. Ahora corremos en direcciones opuestas, pero siempre en círculo. Siempre en bucle para acabar por volvernos a encontrar y rompernos un poco más.

No tenemos medida, y por no medir no medimos ni el alcance de nuestros daños. Daños colaterales de algo que nunca fue del todo y se ha quedado en nada. Daños que han causado de nuevo un paro cardiaco que un día tus labios combatieron a modo de desfibrilador.

Hoy, he pasado por delante de aquel bar y claro que me acordé de ti, pero llamarte ya ha dejado de ser una opción.

lunes, 4 de julio de 2016

Incierto.

He perdido el rumbo y hace tiempo que cambie de dirección. El calor se ha llevado las ganas, la paciencia y ha traído consigo las dudas, el hastío y la incertidumbre. Echo la vista atrás para encontrar el momento exacto en el que tropecé y perdí de vista el final del camino, pero tan sólo veo pasos temerosos algunos por llegar a un final que no desean y otros por la incertidumbre de lo que les depara el camino. He visto también pasos que di como si de un robot me tratase, pero sin embargo no he visto casi ningún paso en vano, y eso -en parte- me tranquiliza.
Estoy en stand by. Emocional, física y psíquicamente. No puedo sentir nada más allá de este miedo al futuro, no puedo caminar más de dos pasos sin miedo a darlos en una mala dirección y no puedo dejar de pensar qué rumbo quiero llevar o qué estoy haciendo ahora mismo con mi vida.

Nunca me he considerado una persona con las ideas claras o una persona decidida, pero esta incertidumbre está acabando poco a poco conmigo.

lunes, 22 de febrero de 2016

El laberinto.

Otra vez el maldito frío se ha colado por mis costillas y ha dejado congelado cualquier resquicio de calor. Otra vez esta puta sensación de vacío, como mi cuarto cuando no estás, como mi corazón cuando te ve marchar. Llegaste sin avisar, sin llamar a la puerta, como un huracán. Mojaste cada centímetro de mi piel como una tormenta de verano, y me estremeciste al primer roce de tus dedos por mi piel. Me he aprendido de memoria el lugar exacto del lunar de tu nariz y reconocería tus besos en cualquier rincón del planeta. Aún no entiendo qué me has hecho, qué muralla has roto para haberme hecho tan vulnerable a tus caricias, pero se siente bien. Lo has hecho fácil desde el minuto cero, y has conseguido que me pierda en el laberinto de tus miradas. Y sin embargo, no necesito ningún ovillo mágico para encontrarte siempre al final del camino.
Gracias, gracias por haber aparecido, por quedarte a tu manera y hacer nuestro cada pequeño instante.
Gracias por cambiar las reglas del juego y no soltarme nunca.
Pero sobre todo gracias por ser tú y recomponerme con los abrazos que sólo tú sabes darme.

lunes, 1 de febrero de 2016

De tus idas y venidas.

Sálvame o déjame caer, pero no me dejes colgando de tu mano.
No me prometas la luna si mañana me vas a quitar el cielo.
Por favor, no me pidas que grite tu nombre si en un instante me vas a quitar el aliento.
Dime adiós si de verdad lo sientes, pero no me digas hasta luego si vas a huir de mí.

domingo, 31 de enero de 2016

Tan sólo un sueño.

Cae la noche y con ella mis párpados.

Te has colado por la ventana que dejé abierta a mis sueños y has aparecido reclamando lo que creías tuyo a fuerza de besos y abrazos que me atan a ti cada día más.
Reclamaste la atención como un niño tirando de mi falda y arrancándome la felicidad a carcajadas.
Me desnudaste con la mirada y me vestiste con tu saliva centrándote en cada vértice, sin dejar ni un sólo centímetro de mi piel desnuda.
Te perdiste entre mis curvas mientras yo me hundía en el agujero negro de tu pupila. Clavaste tus dientes en mi cuello, ahogando así mi grito desesperado por clamar tu nombre.

Amanece, y el primer rayo de sol apunta directo a mis ojos, mientras tú te vas desvaneciendo y dejando tras de ti una estela de calor...y la miel en mis labios.

Amanece y mis ojos se van desperezando mientras mis manos aún dormidas te buscan entre las sábanas, hasta que comprenden -hasta que comprendo- que todo ha sido un sueño y tú sigues estando lejos.

domingo, 3 de enero de 2016

Ilusión

He perdido la cuenta de las veces que me he perdido, de las veces que he cerrado mi corazón y he jurado no volver a abrirlo. He perdido la cuenta de las veces que me he mentido al prometerme que no volverían a hacerme daño, que no volvería a dejar que nadie robase parcelas de mi corazón. Una vez más hice un juramento que no podía cumplir, y hoy tengo síndrome de Estocolmo con mi captor. Es cierto que ha dejado parte de mí conmigo, que no me ha robado del todo el corazón; pero también es cierto que ha conseguido devolverme lo que pensaba que no volvería a encontrar: ilusión. Ilusión por verle aparecer en la estación con su abrigo elegante y su sonrisa embelesada. Ilusión por encontrar refugio en sus brazos y hacer de sus abrazos mi hoguera. Ilusión por lo inesperado, por no saber qué pasará mañana y que no nos importe. Ilusión por poder recorrer cada centímetro de su piel y aprenderme de memoria cada uno de los cientos de lunares que hacen de su espalda un firmamento. Ilusión por saber que le voy a encontrar todos los días escondido en un "que descanses preciosa", detrás de la pantalla del móvil. Por los silencios más cómodos que nadie me ha regalado y en los que abrazo cada una de sus miradas como si fueran a ser la última. Gracias.