lunes, 12 de diciembre de 2016

Mi primera combustión.

Salgo del metro, subo las escaleras y ahí estás. Apoyado en una marquesina en la que se anuncia un nuevo perfume, que nunca igualará al tuyo. Pelo revuelto, aire despreocupado y un cigarro en la boca que ya no sé si consumes o te consume. Cazadora de cuero, barba casi tapando el cuello, y la cabeza gacha observando las nuevas interacciones de un Facebook que ya a penas usas. Entonces, levantas los ojos y te das cuenta de que estoy ahí, observándote a unos diez centímetros más abajo de tu barbilla y sonríes, como hacías entonces. Con la misma inocencia y rebeldía de aquel niño de catorce años, que aún llevo enquistado en la piel.

No lo creerás, pero esa sonrisa, tu perfume y esos ojos rasgados color miel, siguen transmitiéndome una paz y confianza que en lo que llevo de vida sin ti, no he vuelto a encontrar en nadie y tampoco lo espero. Ya sabes que no dueles, que el amor que le profesas a aquellas que llegaron después de mí no me parte en mil pedazos, pero sigues siendo tú. Sigues estando en cada una de las notas de la que un día fue nuestra banda sonora, sigues apareciendo entre las teclas del piano de Yiruma, entre cada uno de los rincones que aquella ciudad que una vez nos vio ser gigantes, siendo tan sólo unos críos y sigues haciendo que se pare el mundo cada vez que me abrazas.

Me das vértigo, no sabes hasta qué niveles, pero me encanta subir a tus cimas. Me lees como a un libro abierto, como lo que soy: alguien sin secretos para ti.




Qué bonito capítulo protagonizaste, y qué bien se te da ser ahora uno de los extras más importantes de mi historia.